Hiel por Hiel

Extractos del libro Hiel por hiel, de Abel Robino,
ediciones Libros de Tierra Firme, Argentina 1997
– Libros, Abel Robino, Francia 2006


Técnicas para conservar el filo de una navaja

Envolver en papel de seda la hoja de una navaja
sin despertar con los movimientos el mínimo
aire de sospecha y mostrar al público un instrumento
peligroso como tantos otros sueltos,
protegido de la humedad del aire con este tipo
de astucia delicada, bajo el único fin de no dejarle
perder un gramo de exactitud a la macabra herramienta.
Ganar tiempo con palabras huecas
mientras la tersa materia trabaja desde
el temor y al servicio de una perfección dormida
hasta que en las miradas aparezca algo
de sensibilidad helada, como si el corte
en la garganta, en las arterias, en el alma,
fuese inevitable, como si siempre hubiésemos sido
a la manera de ese filo horrendo, expectante,
cubierto de una apariencia suave
en viaje a una sombría exactitud.


Extraído del carnet de las reencarnaciones

Como cuervo: atravesé algo sin límites
el cielo y los augurios, en un ridículo
mecanismo emplumado, menudo, cerrado;
dispuesto a seducir al mundo como víctima
de una belleza negra, de un pasajero temor.

Como lobo: creí poder nacer de mis dientes
y de mi baba, descansar en una garganta abierta,
correr con algunas vísceras, sorprendidas, humeantes
y nunca morder el corazón que ama,
repleto de llanto de opaca enfermedad.

Inserto en cada porción mortal desgrané
uno a uno los días del escuerzo, la liebre y el cerdo.
Pronto mi destino será un residuo de cosa viva
que desde las ávidas sombras del planeta espera
una certeza más del desamparo.

Ahora, como liendre, aspiro a recalentar mi sangre
en otra sangre, a poner fin a mi aventura en el más
dulce de todos los venenos.


Posibles huesos de familia

¿De qué manera presentarlos? Apretados bajo una cuota
de sombra santa, o de tierra sellada en el ayer;
licuados tras una noche de cuarenta años para que
solo la desnudez de lo imaginado, justifique resistir.
A veces nos consolábamos diciendo: la energía
cumple su obra gastándose y escupiéndonos
las escorias, un conforme de abrazos, de buenas miradas
que estallaron, esquirlas de una fidelidad hecha añicos.
Firmes como la verdad, del otro lado del eje de nuestra rabia.

Mentira su fosforescencia desmedida, tan solo
un desenfrenado esquema gris;
mentira el olvido, esa solución sin música;
mentira esa capa fina de polvo que se enternece sobre
los papeles queridos; y sin embargo algo está de regreso
en esta pálida harina, en su desmedida paciencia,
en su imperceptible pudor, vigilia tras vigilia.


Ultimas imágenes de un jardín argentino

Para que el sanguíneo circuito de los recuerdos no quede
en blanco añado últimas sensaciones de un jardín
perdido, un frágil instante ayudado por unos pétalos
que casi rozan el azul.
Aquello fue una ofrenda sobre finas hierbas en la brisa
mientras los restos de confianza que nos quedaba por rendir
se inclinaron ante el fresco placer a la deriva.

Lejos de esta pausa terrenal, lo cotidiano se esmera
y ensombrece en cada sacrificio y mira hacia atrás
donde los geranios abandonados crecieron
más altos que aquel anhelo y me repito antes de dormir
si un último placer nos sería otorgado, que sea
el de un regreso a aquel error justo, floreciendo a ciegas,
mostrando que todo estilo propio estalla en soledad para nadie,
dispuesto a la demagogia de quién sabe qué
temblorosa inquietud.


Canción de exilio

A Sandra Rossi

Salve la prédica:
no hay lugar en la tierra libre
de nostalgias, pues viene con nosotros.
Salve la lava de nuestra ira
y que no te alcance.
Salve los enemigos perpetuos
pues la venganza
alarga los días de quien la trama.
Salve los que no han perdido el rumbo
el camino impalpable sin más huella
que el olor a punición y a suerte.
Salve quienes dormidos repiten
hiel por hiel.
Y salve también la que no nos olvidó
la que ya no huye a las fieras de la congoja
la que simula el tétano de la muerte para
que la asquerosa bestia de los recuerdos
no le descubra la herida en la que,
atada, viaja mi juventud.